
El día de ayer, en el día de su estreno en Perú, fui a ver la nueva película de Naruto en el cine más chancroso de Lima la gris. Esto era bueno me dije. El 2013 fue "Dragon Ball Z", el año pasado "Los Caballeros de Zodiaco" y ahora "Naruto"; el anime había vuelto al cine carajo. Había dejado mi computadora de monitor cuadrado lleno de stickers en los bordes, mi mouse de bolita y teclado sin las teclas R y S en mi cuarto, para embarcarme una vez más a degustar de animación japonesa en el templo del séptimo arte, el cine. Es verdad que la canchita y la gaseosa triplican el precio de la entrada pero no iba a permitir de ninguna manera que interrumpieran mi éxtasis con sus molestos crujidos de dientes mientras el pop-corn se despedaza dentro de su boca, no señor, hoy no. Si iba a escuchar mascar algún alimento debía ser mi alimento, mi boca, mis ruidos. Llegué puntual: 4: 30 p.m. Me senté, estaba tan concentrado; había escapado de mi mismo; mi cuerpo, mi mente solo se preocupaban en que el ecran gigante de inicio a esta nueva travesía. Y así fue, se apagaron las luces de la sala 6 que se encuentra en el tercer piso del cine más chancroso de Lima la gris y de pronto un ruido extremadamente dispar rompió fácilmente la concentración que me había costado conseguir. No pasó ni un segundo y comencé a rodear la sala con mis ojos y grande fue mi sorpresa: estaba en medio de una sala y rodeado de decenas de chibolos rata que no pasaban de los 17 años gritando como enfermos el inicio de la película... Esta es mi crítica a Naruto, The Last Movie.